La llegada del COVID-19 a nuestras vidas está siendo un huracán de cambios de proporciones inimaginables incluso para los que, como el equipo de Think&Action, estamos habituados a vivir el cambio permanente como un elemento cotidiano y que, por nuestra profesión, ayudamos a otros a surfear los cambios con naturalidad y sin dramas. Pero esta crisis, que no es sólo sanitaria, sino social y económica, supera con mucho cualquier medida y previsión, obligándonos por las malas y sin elección a reinventar nuestra capacidad de aceptación, de adaptación y de respuesta.
La buena noticia es que, pasado el shock inicial, la sociedad ya ha puesto en marcha todos sus mecanismos individuales y colectivos para enfrentarse a esta amenaza. Y, aunque en medio de la tormenta es difícil ponerse a pensar en más allá de lo inmediato, eso debería incluir empezar a dejar un espacio para la reflexión acerca de lo que deberíamos hacer a partir del día uno, post coronavirus. Porque, aunque ahora mismo no podamos visualizarlo, esta crisis también nos está dejando lecciones valiosas para el futuro. De lo contrario, muchos de estos enormes esfuerzos que todos estamos realizando no serán útiles para aprovechar oportunidades de futuro.
Pero para que eso sea posible, lo primero es comprender la naturaleza del momento incierto que estamos atravesando. La incertidumbre ha formado parte desde siempre de nuestra vida, …eso ya lo sabemos.
En eso consiste el vivir.
El ser humano está acostumbrado a vivir en entornos inciertos.
Así ha sido en las últimas décadas, fruto especialmente de la globalización y de la revolución tecnológica. Sin embargo, el modo en el que con vivimos con la incertidumbre en la situación actual, debido al ataque del virus, presenta algunas particularidades que la hacen especial.
Hay un tipo de incertidumbre que forma parte de la normalidad de la vida para la que estamos, hasta cierto punto, preparados.
Es decir, a nadie le gusta perder su trabajo, sufrir una separación de pareja o tener que afrontar un desembolso económico grande por un gasto inesperado. Pero, en cierta forma, asumimos que esos riesgos forman parte del juego de la vida y podemos anticiparnos a la incertidumbre que generan, y adaptarnos a nuevos modos de gestión. Y lo mismo podría decirse a nivel empresarial, donde pérdidas, despidos o crisis reputacionales son como esas temidas casillas de la cárcel del juego del Monopoly o de la Oca, compañeros de viaje incómodos pero tolerables y asumibles, viejas barreras que encontramos en el camino cuando menos lo esperamos, pero que son conocidos, sabemos el modo en el que se comportarán.
Sin embargo, existe otro tipo de incertidumbre para la que difícilmente estamos preparados. Entraría en esa categoría que el investigador libanés Nassim Taleb denomina “cisnes negros”, acontecimientos totalmente imprevisibles que además tienen un enorme calado social a nivel planetario, tales como fueron las Guerras Mundiales, los atentados del 11-S o la actual crisis del coronavirus.
Existen diferencias y similitudes entre estos dos tipos de incertidumbre, las conocidas, aunque no esperadas y los llamados “cisnes negros”.
Se parecen en que ambas se producen en un momento inesperado.
Se diferencian en la manera en que nos relacionamos con ellas.
Mientras que para las incertidumbres que podríamos calificar de cotidiana, las personas y las empresas cuentan con numerosas herramientas para enfrentarse a ellas, porque ya las han vivido antes o conocen casos similares que les sirven como referente; con los llamados “cisnes negros” no sucede así. Nadie podía esperar una pandemia tan virulenta y global, como tampoco nadie podía esperar tener que recluirse en casa con su familia durante semanas, o puede que meses. Y nadie, en realidad, sabe muy bien cómo gestionar esta situación de forma excelente porque, además de inesperada, esta situación también es inédita.
Al no haber precedentes de algo así, es imposible estar preparados para ello. La ‘preparación’ la tenemos que empezar a construir sobre la marcha, mientras ocurre. Diferente será cuando, en el futuro, lleguen nuevas pandemias.
Kant decía que el cerebro humano más inteligente es aquel que es capaz de gestionar mejor la incertidumbre. Y esta máxima es válida también para estos tiempos tan complejos. Esa gestión incluye la capacidad de incorporar aprendizajes valiosos para el futuro. Elementos que no sólo nos ayuden a sobrellevar estos días de confinamiento, teletrabajo y bajada de actividad, sino que nos sirvan para aprender, crecer en lo personal y profesional, que podamos incorporarlos con éxito a nuestro archivo provocado por los diferentes “cisnes negros”.
Estos son para mí algunos de esos aprendizajes:
Diferenciar Ruido de Conocimiento. Son días de sobreinformación, de actualización de datos de forma permanente, de noticias de todo tipo. Y es lógico; “el público” estamos inquietos y necesitamos satisfacer la incertidumbre con información. El problema es que junto a los verdaderos expertos que aportan luz, están surgiendo multitud de voces menos autorizadas que también quieren hacer oír su punto de vista.
Pero hablar de lo que no se sabe e introducir datos que no aportan valor, lo único que consigue es alimentar la incertidumbre. Un ejemplo son esos nuevos psicólogos, nada formados para ello, que aparecen en cualquier red social, dándonos consejos y proponiéndonos terapias que nos confunden. No me refiero al acompañamiento social que unos nos hacemos a otros, ni de la oferta de conocimiento, de aquellos que lo tienen, al resto de personas, para tranquilizarnos, para divertirnos en este momento de confinamiento. Me refiero a los creadores de bulos, de fake news, que crean ruido social dañino. Es importante que los que alimentan el ruido callen y dejen hablar a quienes tienen realmente algo que aportar, sea por talento o por humanidad.
Autorresponsabilidad. Uno de los males de nuestro tiempo es la facilidad con que las personas nos escudamos en normas o en el criterios de otros para cumplir o dejar de cumplir con nuestras obligaciones. Lo hemos visto demasiado a menudo durante estos primeros días de la crisis, cuando mucha gente desoía las advertencias sanitarias y seguía saliendo a la calle a hacer deporte, pasear o irse de fiesta. Muchos se justificaban en desconocimiento, en que aun no había entrado en vigor el estado de alarma o en la ausencia de multas. Pero no necesitamos a ningún policía para saber cual es nuestra responsabilidad y empezar a predicar con el ejemplo. Esta crisis debe servirnos para madurar en ese sentido. ¿Por qué, de una vez por todas, no aprendemos a vivir en nuestra zona de influencia? ¿Por qué dependemos para ser responsables de las circunstancias que otros nos marcan en lugar de poner toda la fuerza sobre las que están bajo nuestro poder?
Calma. La paz y el sosiego son actitudes mucho más productivas para gestionar la incertidumbre que la agitación y los ánimos encendidos. Calma no entendida como sinónimo de ‘pasotismo’, sino como una actitud clave para ‘activarse’ frente a la adversidad. La calma no es inacción. La calma es vivir los hechos con paz interior. Asumiendo lo que no se puede cambiar, sin resignación, aceptando la realidad, y añadiendo a la misma la mejor versión y actitud positiva posible. La calma, la serenidad, es la fuerza motora más potente para atender los estados en los que requerimos de paciencia.
Fuerza de lo colectivo. No hay que olvidar que la incertidumbre es un estado mental provocado por hechos reales. La activa la realidad (el virus), pero se gestiona desde un estado mental. Por eso es importante entrenar la mente de forma adecuada. Un concepto importante en este entrenamiento es el de toma de conciencia. No solo a nivel individual, la de mi actitud, mi aportación y mi capacidad de resistencia, sino también como colectivo. La verdadera resiliencia consiste en salir fortalecidos de esta crisis. Y hacerlo juntos es la mejor manera. El reflejo de esto lo estamos viendo durante estos días en los balcones de toda España en forma de aplausos, canciones y otras muestras de interacción grupal. También lo vemos en los medios de comunicación social, especialmente en las redes sociales.
Sentido del humor. Provocado por la disponibilidad positiva de nuestra mente ante los hechos a los que nos enfrentamos. Mantener una actitud positiva es otra de las claves en periodos de incertidumbre. Positiva pero no necesariamente optimista. Porque el optimismo necio, en el que se empeñan algunos, no deja de ser un cerrar los ojos ante la realidad. Y eso sólo conduce a la frustración y a la irritación social. ¿Cómo vamos a ser optimistas ante las muertes o el desplome de la economía? Pero sí debemos contemplar esta realidad con positivismo, que nos permitirá salir antes del desastre que un virus nos está provocando y afrontar el futuro con una visión lucida y desde la acción. Desde ahí vamos a poder ser más generosos con nosotros mismos y con los demás. No perdamos la fe en el futuro porque perderemos la fuerza en este momento presente.
Acción. Las circunstancias mandan y nos han impuesto una pausa, una ralentización. Pero la incertidumbre no se trabaja desde una posición de stop. No sólo Europa, el mundo, en su globalidad, se encuentra en estado de alarma, lo cual no significa que debamos inmovilizarnos. Desde nuestras casas estamos dando lo mejor de cada uno de nosotros, de nuestro saber hacer, agudizando el ingenio para entretenernos en las largas horas de confinamiento, para que los niños se diviertan, aunque no puedan ir al parque, y sigan estudiando, para hacer ejercicio físico, aunque ya no haya gimnasios, para reinventar y sacar adelante nuestros negocios, … Mantenernos activos es la mejor manera de mirar hacia el futuro.
Y sacar partido, ahora más que nunca, a nuestro poder más humano y valioso: la imaginación.
Solidaridad. Paradójicamente, en una situación de distanciamiento social y en la que los contactos físicos se han visto reducidos a la mínima expresión, es cuando más íntimamente nos sentimos conectados con los demás. Una corriente de solidaridad recorre el país, y el mundo; la vemos a diario con las permanentes muestras de reconocimiento a los colectivos que más de cerca están combatiendo la enfermedad. Y también con las iniciativas de empresas e individuos para tratar de arrimar el hombro. Ese reconocimiento, generosidad y empatía son valiosas enseñanzas a aplicar en el mundo de la empres, las organizaciones sociales, la política, y un largo etcétera, cuando todo esto pase.
Coraje. Ser valientes no consiste en no tener miedo, sino en afrentarse a él, en coger al toro por los cuernos. Estas situaciones nos sirven para darnos cuenta de lo frágiles que somos. Son una cura de humildad, pero también una oportunidad para hacernos grandes plantándole cara a los problemas. El término coraje nace de “cor-cardia”, el corazón por delante. Algo que todos estamos viendo estos días. Aprendamos del personal sanitario, que demostración de coraje, incluso en muchas ocasiones no disponiendo de los medios necesarios. El coraje de enfrentarse al virus con trajes hechos con bolsas de basura o mascarillas de papel, cuando no hay otros recursos a mano. Aprendamos, en el futuro a centrarnos en qué si podemos hacer con lo que tenemos.
Agilidad. Más que nunca, la agilidad de respuesta y de adaptación adquiere una importancia capital. Hay que tomar decisiones difíciles, con recursos limitados y sin contar con todos los datos, y hay que hacerlo a toda velocidad porque nos va la vida en ello. Y por ello no dejamos de ser excelentes. Aprendiendo de los errores. Creciendo de forma iterativa.
Ojalá todas estas valiosas enseñanzas no se queden en meros recursos de emergencia mientras dura esta crisis, sino que perduren y nos sirvan como vacuna para enfrentar el futuro. Ojalá no pase como ocurre con el espíritu navideño, que nos dura únicamente entre el periodo comprendido de la Noche Buena y los Reyes Magos, sino que, en este caso, lo aprendido durante la crisis, y muy especialmente la solidaridad entre las personas, sirva para que todo lo bueno se prolongue en el tiempo, como algo que debe perdurar para siempre.