Escrito por Fernando Botella, CEO de Think&Action
La accidentada resolución del campeonato del mundo de moto GP, que culminó el pasado fin de semana con la victoria de Jorge Lorenzo, ha traído consigo, si no la caída desde los altares, sí un pequeño borrón en el liderazgo de dos carismáticos campeones como son Marc Márquez y Valentino Rossi. A su famoso incidente en la carrera previa, que terminó con el español rodando por los suelos y una controvertida sanción al italiano, se sumaron después el desagradable episodio con dos periodistas transalpinos con ganas de provocar en la casa de Márquez, los abucheos que recibió este último de una parte del público cuando subió al podio de Valencia o la significativa ausencia de Rossi en la gala fin de fiesta con la que se cerró el campeonato. En definitiva una colección de sucesos insólitos en un deporte como el motociclismo en el que la natural competitividad existente entre los pilotos rara vez traspasa los límites de la pista, y han venido a ensuciar esa imagen impoluta que sus protagonistas han mantenido durante años.
El affaire Márquez/Rossi destapa un caso más frecuente de lo que pudiera pensarse. Cuando el líder emblemático muestra sus debilidades y eso, de alguna manera, provoca un rechazo o una cierta decepción en su entorno. En este caso chirría que importe ganar sobre todas las cosas, sin que la forma de conseguirlo parezca relevante. Quizás en los 80, en plena eclosión del fenómeno yuppie, este encontronazo se hubiera leído como el discurrir natural de la competición entre los mejores. Pero ya no estamos en la era de Maquiavelo. Nadal o Gassol son líderes queridos y admirados porque ganan. Pero también porque tienen un modo especial de ganar: tirando de valores con los que todos nos sentimos identificados: talento, esfuerzo, respeto al rival o deportividad. Y eso hace que no dejemos de quererlos y admirarlos cuando pierden.
En materia de liderazgo también existen las modas. Y la moda actual es ética. Harta de corrupción, pocos escrúpulos y escasa transparencia, la sociedad demanda líderes íntegros, para los que el “qué” sea tan importante como el “cómo”. Se buscan jefes éticos, para los que la orientación a resultados esté bien equilibrada con la orientación a personas. Y con esto no pretendemos adoptar de una perspectiva ‘buenista’ e idealizada del liderazgo. Las organizaciones necesitan facilitadores que consigan alcanzar metas previamente definidas desde arriba, quién lo duda. Pero cuando la meta se consigue a costa del equipo en vez de a través de él, se paga un precio muy alto en el medio y largo plazo. Desmotivación, conflictos interpersonales, conformismo y el esfuerzo justo para cumplir con el expediente, por no hablar de la falta de compromiso o de interés por los resultados.
Cada vez tenemos más claro que quien realmente gana las competiciones no son los músculos sino las neuronas. Tanto Márquez como Rossi son inspiradores, tienen el talento, la perseverancia, la tolerancia a la frustración y la autoestima que definen a los auténticos líderes. Pero la competitividad les ha jugado en esta ocasión una mala pasada. Han pasado de rivalidad sana basada en el espíritu de superación a zancadilla barriobajera, y ese tránsito por el barro les ha penalizado. Y si hay que posicionarse, no nos quedaremos ni con Rossi ni con Márquez. Lo haremos por los duelos entre Agassi y Sampras. A nivel personal, no sé podían ni ver. Pero cada partido entre ellos era una oportunidad de crecer para ambos. Como decía Agassi: “Suelo sacar lo mejor de mí al jugar contra Peter (Sampras), porque lo tomo como un reto y lo disfruto”.