Los seres humanos tendemos a complicarnos la vida en exceso. Es superior a nuestras fuerzas. En cuanto logramos una pequeña conquista, nos creemos en la obligación de subir la apuesta exponencialmente. Y, sin embargo, buscar siempre la triple pirueta con tirabuzón y mortal hacia atrás, no es ningún signo de inteligencia. Mas bien, al contrario. Las mentes más preclaras son aquellas que se aplican el principio de keep it simple! (“hazlo sencillo”) a todo cuanto hacen. Y en caso de duda o dificultad, vuelven a lo primordial, a la esencia de las cosas.
Ese retornar a las bases y centrarse en unas pocas cosas fundamentales en lugar de pretender abarcarlo todo es, precisamente, la base de una teoría popularizada por el entrenador de directivos norteamericano Greg McKeown en su best seller Esencialismo: logra el máximo de resultados con el mínimo de esfuerzo.
El esencialismo no es una doctrina nueva alimentada de los principios básicos de siempre. Bebe de las fuentes del minimalismo, con el que comparte su visión del “menos es más”, solo que aplicada a los entornos laborales, de empresa, profesionales. Su punto de partida es una situación con la que posiblemente muchos profesionales se sientan identificados: pretender abarcar más de lo que se puede y/o se debe, algo que solo provoca insatisfacción y hace que se sea menos productivo y eficiente, la llamada paradoja del éxito.
Curiosamente, la excelencia y el éxito profesional son dos de los principales detonantes de esa debacle profesional a la que conduce la incapacidad para descomplicarse la existencia. Y es que cuanto mejor es la reputación de un profesional y más sólida su marca personal, mayor número de encargos recibe y más responsabilidad recae sobre sus espaldas. No saber gestionar adecuadamente esa sobrecarga de trabajo puede ser el principio del fin. Y está muy relacionado con algunas incapacidades bien descritas por los expertos: la incapacidad de decir no, el perfeccionismo, y el querer estar en todo y para todo. ¿Os suena?
¿Cómo se llega a esa situación?
Probablemente por la dificultad para discernir entre lo importante o esencial y lo accesorio o prescindible. Ahí está quizás la raíz del problema. Muchas personas son incapaces de priorizar y de aplicar criterios de rentabilidad o interés profesional a la hora de escoger sus trabajos. No han sido educados, ni liderados, para saber elegir. Como resultado, asumen proyectos y tareas que no les corresponden o que no les aportan valor ni desde el punto de vista económico, productivo, ni desde el resultado esperado profesional, y que, en cambio, les consumen tiempo y energías , y otros recursos, que podrían estar volcando en aquellos otros focos de valor que sí son interesantes.
No saber decir que no a esos proyectos envenenados es otra trampa mortal para estos profesionales. El miedo al conflicto o a ser rechazados por el grupo, les lleva a transigir con actividades que están lejos de aportarles valor, les sacan del foco y les impiden brillar allí donde podrían y deberían hacerlo. Otras veces, se autoengañan sobreestimado sus capacidades, se creen una reencarnación de Superman que todo lo puede y siguen acumulando trabajos como si su agenda fuera una especie de bolso de Mary Poppins en el que todo tiene cabida.
Frente a esta enfermiza tendencia a abarcarlo todo sin medida ni criterio, el esencialismo saca el machete de podar y elimina si ningún tipo de miramiento todo lo que considera accesorio o falto de valor hasta quedarse con lo fundamental, con la esencia.
No se trata, eso sí, de un camino fácil. Elegir una opción requiere renunciar a muchas otras, y para poder hacerlo hay que tener muy claro hacia dónde se quiere ir. Implica audacia y una cierta radicalidad. En su libro, McKewon, sugiere que, ante toda posible opción, se aplique la regla del 90%, es decir, siempre que nuestro nivel de convencimiento esté por debajo del 90%, hay que desecharla.
Condensar, eliminando todo aquello que pueda suponer un obstáculo; tomarnos tiempo para pensar y reflexionar en lugar de limitarnos a ir como pollos descabezados saltando de una actividad a la siguiente, y regalarle un poco de margen y aire para respirar a esos exiguos tiempos que solemos asignarles a las distintas tareas son otras de las reglas de oro del esencialismo. Una doctrina que ayuda a poner el foco, la energía y los recursos en lo importante y que invita a disfrutar de cada momento en lugar de limitarnos a consumirlos como una antesala de lo que venga después.
Un arte, sin duda…
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