“Prepárame el finiquito, que me marcho”
¿A qué trabajador por cuenta ajena no se le ha pasado alguna vez por la cabeza soltarle eso a sus jefes? Plantarse, coger la puerta y detener de golpe el contador de afrentas, marrones y horas de más dedicadas a un empleo que no le aporta más que un sueldo a final de mes, muchos disgustos y una pesada carga de amargura en la cabeza y el corazón.
La tentación de decir “hasta aquí hemos llegado”es humana y puede tentarnos de cuando en cuando. Incluso hacerlo con más asiduidad de lo deseable. Pero una cosa es visualizar esa escena en nuestra mente y otra muy distinta convertirla en realidad. Lo normal es que ese paso solo lo den unos pocos valientes y en casos extremos, es decir, cuando literalmente ya no pueden aguantar ni un solo día más en su puesto de trabajo.
¿O no? En Estados Unidos, durante el primer trimestre de 2021 alrededor de 11,5 millones de trabajadores de todas las industrias y niveles profesionales metieron voluntariamente sus cosas en una caja y se marcharon a sus casas para no volver. Se trata de un 15% más de renuncias voluntarias que en periodos similares antes de la pandemia. El éxodo comenzó poco después de iniciarse el regreso a los centros de trabajo tras el confinamiento y no parece que vaya a detenerse a corto plazo. Un estudio de Gallup estima que un 48% de los empleados están buscando activamente nuevas oportunidades laborales en la actualidad.
El fenómeno, al que se ha denominado “La Gran Renuncia” (The Great Resignation), está dejando perplejos a los analistas económicos y disparando las alarmas respecto al estado de salud del mercado laboral norteamericano. ¿Cómo es posible que esa enorme cantidad de profesionales prefieran irse a sus casas sin nada, renunciando a la seguridad de unos ingresos, antes que volver a poner un pie en su trabajo? ¿Qué está pasando en el país de las oportunidades para que tanta gente decida aparcar las suyas en la cuneta sin tener una alternativa clara con la que remplazarlas?
Varios factores están contribuyendo a esta tormenta perfecta que está aniquilando empleos en todo el país. La resistencia a tener que volver a los centros de trabajo por miedo a contagiarse de Covi-19; el agotamiento -físico, anímico y mental-acumulado tras dos extenuantes años de duro trabajo sin horarios, teniendo que cuidar simultáneamente a niños y familiares dependientes y en un estado de permanente incertidumbre; un profundo desencanto con el sistema económico, y la constatación del fracaso del pacto social en el que sustenta el mercado laboral, (yo me dejo la piel, pero tú a cambio cuidas de mi provenir y del de mi familia), son algunos de esos detonantes.
Todo ello ha favorecido un cambio en la escala de valores y en las prioridades de las personas.En más de un sentido, la pandemia ha supuesto una catarsis. Por un lado, el sufrimiento de perder a familiares y amigos y la convivencia cercana con la enfermedad les he hecho relativizar la enorme trascendencia que solemos darle al trabajo. Esta crisis ha llevado a las personas a replantearse sus valores, y algunas de las cuestiones que no hace tanto parecían terriblemente importantes (un gran salario, un ‘cochazo’, un piso en el centro, un ascenso…) seguramente ya no lo son tanto. Y aun en el caso de que estas ventajas les sigan pareciendo atractivas, ya no, desde luego, a cualquier precio. Si conseguirlas supone tener que aguantar a jefes cretinos, seguir a líderes mediocres y sacrificar la vida personal y el tiempo con la familia, que las ‘disfruten’ otros.
En su lugar, para una nueva generación de profesionales el respeto al medio ambiente, una vida más tranquila y alejada del bullicio de la ciudad o la posibilidad de trabajar menos horas pero más satisfactorias en proyectos interesantes, propios, diversos, digitales y en modalidad híbrida ganan peso como los nuevos ‘drivers’ que les invitan a levantarse cada mañana para ir a trabajar,(o a teletrabajar).
España y Europa
¿Existe la posibilidad de que esta Gran Renuncia llegue a Europa y España? Los analistas no creen que eso vaya a suceder a corto plazo. Porque, aunque el hartazgo y el cambio de valores y prioridades también han llegado al Viejo Continente, el mercado laboral europeo dista mucho de ser el americano en cuanto a flexibilidad y oportunidades. En España, donde hay una de las tasas de desempleo más altas de nuestro entorno, conseguir un nuevo trabajo no es tan fácil como puede serlo en Estados Unidos. De hecho, ¡es muy difícil! La gente es consciente de ello y, aunque este descontenta, se aferra a su puesto esperando pacientemente a que surja la oportunidad de cambiar a otro mejor.
¿Quiere decir esto que los trabajadores españoles y europeos se limitan a mostrar una postura “Gran Resignación” ante su descontento? Para nada. De hecho, su actitud podría ser el origen de una revolución laboral incluso mayor que la de Estados Unidos. Porque en Europa, y así nos lo ha demostrado la historia en el pasado, más que una “Gran Renuncia”, lo que se persigue es provocar un “Gran Cambio”. Es decir, en lugar de dar la espantada y el portazo desde fuera, se opta por tratar de mejorar las cosas desde dentro. Permanecen en sus puestos, sí, pero luchando desde ellos por hacer evolucionar una manera de concebir el trabajo que se ha quedado obsoleto y que ya no responde a las exigencias de esta nueva era. ¿Resignación?
Tres “ R,s ” que se dan la mano a lo largo y ancho de este mundo laboral acutal: Renuncia, Resignación, Revolución. Y las tres conviven.
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