LA GRAN PARTIDA DE MUS

A Mariano le hubiera gustado enganchar un solomillo como en otras ocasiones, pero esta vez los reyes están más repartidos que nunca. La grande está a pachas con Pedro y para la chica han aparecido nuevos jugadores con ganas de farol y hasta de órdago. Mariano pasa y espera a que el resto juegue sus cartas. Pedro queda descolocado y tampoco termina de decidirse a envidar. Pablo se la juega fuerte a la chica y Albert, que tiene juego y pares aunque no muy buenos, permanece a la espera con la esperanza de que sus cartas le alcancen para llevarse algún amarraco.

La gran partida de mus de la política española a la que asiste la ciudadanía entre atónita y expectante evidencia un mal endémico de nuestra clase política: su escasa cultura negociadora. Al menos, de puertas para afuera, cuando se sienten observada por los votantes y cualquier concesión al “contrario” puede ser interpretada (o eso creen ellos) como debilidad. Han sido demasiados años instalados en la teoría del conflicto o en juegos de suma cero, en los que la única manera de relacionarse con el adversario era imponiéndose o siendo derrotado. Pocas veces han necesitado aparcar sus diferencias ideológicas para llegar públicamente a entendimientos beneficiosos para todas las partes. Y esa inercia no les permite, en apariencia, alcanzar acuerdos tampoco ahora, cuando la sociedad española les ha hecho el mandato de hacerlo.

Nuestros políticos necesitan urgentes nociones de negociación al estilo anglosajón, de esas que tan buenos resultados arrojan en el mundo de los negocios. Aparcar la pose de la dignidad maltrecha por tener que pactar con el perverso enemigo y ponerse de una vez manos a la obra con la tarea de entenderse con el de al lado. El win win existe, por mucho que intenten convencernos de que ceder terreno es morir un poco. No puede ser tan difícil, y es, además, lo que muchos de sus votantes esperan de ellos.

Aunque tal vez el problema radique en que no son conscientes de ello. La animadversión y la descalificación, como pudimos comprobar en el último debate entre los dos candidatos de los partidos mayoritarios, se han impuesto como idioma oficial de las relaciones (insisto, de puertas para afuera) entre partidos de signo contrario, y resulta complicado desaprender ese código de relación. Incluso a los nuevos partidos, que en teoría llegan sin contaminar al escenario público, pero han bebido de ese estilo durante mucho tiempo como espectadores, a pesar de censurarlo, les cuesta no sucumbir al mismo.

Los estilos cambian y los duelos a tiros se han quedado para películas de John Wayne. Del mismo modo en que preferimos la diplomacia al puñetazo sobre la mesa también preferimos a los líderes que saben encontrar puntos de encuentro. Personalmente creo que las posiciones de enroque se deben, en muchos casos, a la estrechez de miras de los negociadores.

Bien es cierto que estamos aún en los arranques de las negociaciones para formar gobierno. En ese momento en que todos defienden su legitimad a capa y espada sin mirar lo que le sucede al otro lado. Los participantes saben que tendrán que rebajar sus exigencias pero, de momento, nadie mueve ficha. Negociar tiene sus tempos, el ruido y la furia del comienzo dará paso a la escucha y la búsqueda de alternativas que suele llegar al final de las conversaciones. Claramente ahora estamos en el tono exaltado de los comienzos. Esperamos a que, dentro de muy poco, esa virulencia pase a ser un intercambio más refinado y productivo.