La humildad no se exige, se practica

Fernando Botella, CEO de Think&Action

En estas intensas semanas de pactos, debates y votaciones de investidura, todas ellas retransmitidas y analizadas al detalle por los distintos medios de comunicación, una de las palabras que más se ha escuchado es ‘humildad’. Aunque, curiosamente, no para ensalzar esta virtud o a aquellas personas de las que se piense que la encarnan, sino para echar en cara su ausencia al adversario político. Pablo Iglesias (Podemos) o Rafael Hernando (PP) se la piden a Sánchez; Pedro Sánchez (PSOE) se la pide a Rajoy; Ximo Puig (PSOE) o Albert Rivera se la piden a Iglesias; Fernando Martínez Maillo (PP) se la pide a Rivera; y UPN se la pide a todos, en general.

No sabemos en qué momento sucedió, pero hace tiempo que la humildad dejó de ser una virtud basada en su propia práctica para convertirse en una arma arrojadiza ante los demás. Parece que un buen número de personas, sean políticos o de cualquier otra profesión, son incapaces de reconocer en otros virtudes que ellos mismos muy a menudo no poseen, pero de las que no dudan en alardear. Y esta contradicción puesta de manifiesto en quienes han de ejercer un liderazgo acarrea una serie de problemas, entre ellos y no es menor, el de la falta de credibilidad.

En tiempos como los actuales en los que el conocimiento está al alcance de todos en un grado impensable hace un par de décadas, corremos el riesgo de la superficialidad, o incluso del papanatismo; nada hay peor para una sociedad que la falta de sentido crítico.

En mi libro El factor H señalo las “tres haches” que considero claves para quien pretenda ejercer un liderazgo tan efectivo como creativo: Humor, Hacer, y, por supuesto, Humildad.El líder ha de tener una mentalidad de “aprendiz continuo”, ha de saber que de todas las personas y situaciones se puede aprender algo. Un líder del siglo XXI no puede permanecer encaramado en un trono de sabiduría e imposición, como ese ojo de dios que todo lo ve y juzga, ajeno a las opiniones y conocimientos de aquellos a quienes pretende liderar.

Un directivo aprende cada día, reconoce sus errores y no ha de ser un obstáculo que frene a la propia organización, ha de convertirse en un ejemplo, ser capaz de cuestionar las estructuras de la propia organización si algo no funciona y al mismo tiempo estar preparado, con una mentalidad abierta –humilde-, de sacar lo mejor de sus equipos. El inmovilismo es sin duda uno de los peores enemigos de una organización.

Y, volviendo al principio, que bien si se tuviera también la humildad necesaria para poder llegar a acuerdos de intereses para todos.