Los debates electorales no son una entrevista de selección

Escrito por Fernando Botella, CEO de Think&Action

Durante las fechas previas a las elecciones generales, que han tenido al país entero sumido en ‘modo campaña’ por espacio de varias semanas, una de las ideas que más se ha escuchado es la de comparar los debates electorales con una entrevista de trabajo que el conjunto de los españoles realizábamos a los distintos aspirantes a presidente del Gobierno. Incluso alguna de las acciones propagandísticas que han acompañado a las distintas candidaturas han querido aprovechar la ocurrencia presentando a su líder en clave de selección de personal como el mejor preparado para el puesto.

Un mensaje ingenioso que a fuerza de repetirse ha podido perder parte de su gracia. Pero gastada o no, la metáfora puede tener su razón de ser porque, efectivamente, la exposición pública a la que se han sometido durante estos días los cabezas de lista de las diferentes formaciones políticas tenía un objetivo similar al que persigue cualquiera que participa en un proceso de selección: imponerse a sus rivales y obtener el puesto ofertado. Para lograrlo, esos debates ofrecen a nuestros posibles presidentes una ocasión para demostrarnos a sus potenciales empleadores que poseen las habilidades y competencias necesarias para el desempeño profesional que se requiere de ellos. Y tratarán de ponerlos en juego en una puesta en escena preparada para ello.

Pero hasta ahí llegan las similitudes. El proceso no puede ser fácilmente asimilado con una entrevista de trabajo por un sinfín de razones. En primer lugar por la singularidad del empleador: un colectivo heterogéneo formado por millones de electores con intereses dispares y formas de entender la vida en común en ocasiones radicalmente opuestas. Ni esos requerimientos para el puesto a los que hacíamos referencia ni los valores asociados al desempeño político serán los mismos para todos ellos. El proceso de “compra – venta” entre candidato y reclutador es aquí mucho menos científico y riguroso que en una entrevista de trabajo real. Lo emocional, y, especialmente, la ideología y los afectos de los electores tienen un peso mayor que el riguroso checklist de fortalezas y debilidades de los aspirantes. Factores como honradez, capacidad, formación, experiencia o coherencia tendrán un peso relativo frente a carisma y las ideas preconcebidas que se refuerzan en estos debates.

Otra diferencia. Los candidatos no sólo se representan a sí mismos, sino a todo un partido y, en general, a una manera de entender la vida con la que se sienten o no identificado sus entrevistadores. Más que convencer, se busca sintonizar. Más que lo que se dice, se pone el acento en la manera de decirlo. Un debate es además, una contienda. Y como toda contienda se basa en doblegar “al otro”, algo que no suele presentarse en un contexto de entrevista de trabajo salvo en determinadas sesiones de grupo y sólo para un tipo especial de cultura corporativa.

Por último, una entrevista en la que el entrevistador no está presente y no formula preguntas no es una entrevista. Es otra cosa. El guión no ha sido cocinado por nosotros sino por terceros que dicen representarnos (periodistas o los propios candidatos). Pero no es nuestro y por tanto, no es fácil que nos sintamos conformes al 100% con la información que vaya a suministrarnos. Tendremos que conformarnos con asistir como espectadores a ese espectáculo. Y con votar luego. Que no es poco.