“El mundo se ha vuelto loco”.
Si eres de los piensa eso, entonces el que actúa como loco quizá seas tú. Porque eso quiere decir que sigues anclado en la idea que los cambios vertiginosos que atravesamos son una anomalía, y en el fondo tienes la esperanza de que, tarde o temprano, todo volverá a normalidad. Pero ahí va una noticia que tal vez te resulte perturbadora: esto es la normalidad.
En el mundo de la empresa comprender esta realidad es especialmente importante. Vivimos en un entorno disruptivo en el que nada es como solía ser y los avances tecnológicos se comen las buenas prácticas y las viejas estrategias de éxito para desayunar. Y en ese nuevo escenario, la innovación y la creatividad son los nuevos motores que pueden garantizar la supervivencia de una compañía.
Los caminos de la disrupción
Pero, ¿cómo impulsar el pensamiento disruptivo y la creatividad en el seno de la empresa? La primera clave para lograrlo consiste en darle a la innovación y a la creatividad el espacio y la importancia que merecen dentro de la organización. Toda la compañía debe tener el permiso y el hábito de atreverse a pensar fuera de la caja, a preguntarse “¿y si…?”, la pregunta esencial que puede llevar a cualquier entidad a desafiar sus propios limites más allá de lo que nunca hubiera imaginado.
La siguiente palanca para activar el pensamiento disruptivo tiene que ver con la velocidad. Aunque pueda parecer contradictorio en un mundo dominado por la exponencialidad del cambio, las prisas son malas consejeras en materia de pensamiento disruptivo. Cambiar el mundo lleva su tiempo.
Conviene hacer aquí una distinción importante. Y es que pensar disruptivamente no consiste en tener una idea brillante. Esta puede llegar en cualquier momento gracias a un chispazo de genialidad. Pero la disrupción no es eso. En mi libro ¿Como Entrenar la Mente? Y aprender de forma exponencial doy una definición de pensamiento disruptivo como “el esfuerzo necesario que nuestra mente debe hacer para poder percibir la realidad de una manera desacostumbrada y crear nuevas ideas para romper con esa realidad”. En otras palabras, el pensamiento disruptivo parte de la idea de “ruptura”, y esta no se produce así, sin más, sino que es un proceso. Y para que se desencadene, necesitamos poner a nuestra mente a trabajar en “modo creativo”.
Pensar de manera disruptiva consiste en tomar una realidad y contemplarla como lo haría un extraterrestre recién llegado a la Tierra que no estuviera condicionado por un conocimiento previo de nuestras costumbres. Después, hay que borrar la entrada de la enciclopedia correspondiente a esa realidad y reescribirla con un nuevo enfoque que ofrezca una solución alternativa.
¿Como lograrlo? Existen algunas metodologías que nos pueden ayudar. Dos de ellas son visual thinking y design thinking. Por medio de la presentación visual de las ideas a través de dibujos, imágenes y bocetos, estas técnicas actúan como catalizadores de la creatividad y ayudan a acelerar el tránsito de las ideas desde su conceptualización a su ‘tangibilización’.
Además, existen una serie de preguntas clave que ayudan a desbloquear los caminos de la creatividad. Una ya la hemos visto: “¿Y si…?” Otra pregunta que ya ha cambado el mundo (o un pedacito del mismo) en innumerables ocasiones es: “¿Qué tiene esto que no tenga esto otro?” La penicilina, el velcro o las cafeterías Starbucks nacieron porque alguien se hizo esa sencilla pregunta.
Y es que es un error generalizado asumir que solo se puede pensar disruptivamente sacándose de la chistera un invento completamente nuevo. Muchas veces no es necesario llegar tan lejos. Eso sí, lo que sí resulta imprescindible es que no nos pongamos límites de antemano.
El pensamiento disruptivo no esta hecho para cobardes. Estas son algunas de las cuestiones irrenunciables para cualquier profesional u organización que quiera pensar disruptivamente: Hay que romper los límites y huir del camino más corto o más fácil. Y hay que asumir que se van a cometer errores y que, de hecho, son imprescindibles para generar aprendizaje. También hay que darle un propósito a nuestra misión y a defenderlo a capa y espada. Y, sobre todo, hay que atreverse a observar la realidad de una forma desacostumbrada.
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