Por unas Navidades razonables

Del Blog “Biología de la normalidad” de Fernando Botella, CEO de Think&Action

Ya están aquí las Navidades, un periodo del año que inevitablemente afecta a nuestro estado de ánimo y a nuestro comportamiento. Esto es debido, fundamentalmente, a la enorme cantidad de condicionantes culturales que lleva asociada esta festividad. Familia, religión, tradición, consumo, celebraciones, vacaciones y sensación de cambio de ciclo, todo ello en grandes cantidades y concentrado en un espacio de tiempo unas pocas semanas. Este potente mix es el caldo de cultivo perfecto para desequilibrarnos emocionalmente, hasta el punto de que muchos lleguen a no reconocerse a si mismos. Como si el efecto de los villancicos y las luces del árbol nos trastornara de tal manera que dejáramos transitoriamente de ser esas personas sensatas que acostumbramos a ser durante el resto del año para dar rienda suelta a todo tipo de excesos.

Quizá lo primero que deberíamos hacer antes de afrontar estas festividades es preguntarnos qué significado tienen para nosotros y cómo queremos vivir este periodo de tiempo. Tomadas en su sentido etimológico, es decir, como un renacer continuo (“Navidad” en latín significa “nacimiento”), puede ser algo realmente reparador, un momento en el que hacer balance, contextualizar y volver la mirada hacia las cosas realmente importantes de la vida. Así vistas, las Navidades pueden ser algo estupendo. Pero si las vivimos del modo en que la sociedad de consumo las ha acabado convirtiendo, una imposición consumista y propicia para cometer excesos de todo tipo, eso ya es distinto.

Una de las características más peligrosas de las Navidades es que es un periodo de tiempo en el que cual somos más laxos en la revisión de nuestras propias decisiones, especialmente con todas aquellas que están relacionadas con el consumo. La compra por impulso hace acto de presencia de un modo mucho más acusado que en otros momentos del año, llegando a tomar el control de nuestros movimientos. Somos indulgentes con nuestros errores y tendemos a extralimitarnos incluso en aquellos acontecimientos sociales sobrevenidos o de compromiso (por ejemplo, la cena de la empresa). Es como si dejáramos a de vigilarnos a nosotros mismos y aprovecháramos esa dispensa temporal para campar a nuestras anchas.

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